viernes, 6 de mayo de 2022

Los alfajores del Papa que no pudieron ser


Hace unos cuantos años ya que con Marie, Hernán, Dardo y Paci -cuatro grandes amigos-, solíamos reunirnos a menudo  a comer. 


Cualquier motivo nos venía bien. Cumpleaños, aniversario, día del amigo, Navidad, fin de año, programar un mega viaje que nunca llegábamos a concretar, o sencillamente por las ganas de vernos y compartir un lindo momento.

También cada tanto, solíamos invitar a cenar a alguna personalidad en particular, como una especie de homenaje. 

Así fue como en una noche fría de Agosto,  Monseñor Lozano terminó cenando con nosotros. ¡Que linda cena! ¡estábamos encantados con su  visita! ¡y yo más todavía! 

Preparé la mesa con mucho esmero y traté de cuidar todos los detalles. Menú, vino, flores, la vela de la Virgen... Prepare chipa vasco, cocine la cazuela con la receta de mis primas Echeverría y de postre mousse de chocolate y ensalada de frutas.


Charla va, charla viene, cuando fue mi turno de hablar, le terminé contando al obispo de mis serias intenciones de conseguir -como fuera-, una foto del Papa con alguna torta de mi autoría; a lo que él me respondió con voz serena pero firme, que una torta no iba a poder ser, pero en cambio me ofrecía que preparara algo pequeño -quizás unos alfajores-, y que él intentaría entregárselos, ya que tenía viaje a Roma en puerta. ¿Qué contarles? ¡Que emoción que sentí! No podía creer que el representante de Jesús en la tierra, fuera a comer algo  preparado por mí, ¡era demasiado! 

Al despedirnos quedamos en contactarnos, para organizar la logística del envío.

Los que algo me conocen, ya se imaginarán que esos alfajores no viajarían solos...

Se acercaba la fecha y  no lograba terminar esa bendita carta, así que mientras esperaba que las musas inspiradoras volvieran a mi, me dediqué de lleno a los alfajores. A la receta ya la conocía de memoria, así que solo faltaba tener todo listo para poder cocinarlos el mismo día en el que Monseñor Lozano me avisara de su partida. 

La mañana de aquél miércoles le pedí a una amiga que me llevara a comprar las cosas. Necesita un cortante pequeño, papel celofán transparente para envolverlos y unos stickers con la escarapela argentina -me pareció lo más adecuado- para poder cerrarlos.


Faltaban pocos días, así que ese jueves a la noche mientras esperaba que Migue volviera de Buenos Aires, arranqué de cero con la carta. Carta que dejé  por la mitad, sintiendo –presintiendo- un sabor amargo de mucha oscuridad…

Y otra vez sentí ese puñal que te desgarra el corazón. Se apagó mi cocina, mi vida y adiós alfajores. 


Pero por las insistencia de los que me quieren -y mucho- logré terminar esas líneas,  que sé que llegaron a sus manos y que las leyó. Y también sé que juntos rezaron frente a La Piedad de Miguel Ángel, por todo lo que decía en ella.


La vida es un gran misterio, pero hoy si puedo decir que el poder de la oración es infinito, y que llega a instancias donde humanamente jamás se podría.

Amén.










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